El último fin de semana estuve en
Sevilla con mi hijo para asistir a un par de buenos conciertos y de
paso hacer algunas visitas culturales, no es que el clima fuese el
más propicio pero sobrevivimos.
El escenario en los Jardines momentos antes del recital. |
El viernes 28 de junio teníamos
nuestra primera cita musical en los Jardines de los Reales Alcázares
de Sevilla, con un recital de cámára protagonizado por Antonio
Salguero (clarinete), Aldo Mata (violoncello) y Pedro Gavilán
(piano) y un programa que homenajeaba la figura de Clara Schumann.
De Robert Shumann se interpretaron las Fantasiestucke para
violonchelo y piano Op. 73 y las Tres Romanzas para clarinete y piano
Op. 94. En este primer bloque quedé más convencido del
clarinetista, que ofrecía un sonido bellísímo y una interpretación
plena de expresividad. El chelo en las Fantasiestucke hizo una
excelente interpretación también, pero en algún momento me resultó
seco y falto de delicadeza. Cerraba el programa el Trio para
clarinete, violonchelo y piano Op. 114 de Johannes Brahms, que
alcanzó notables cotas de belleza y para mí fue lo mejor del
recital. Como propina hizo aparición la homenajeada Clara Schumann.
La pena de estos recitales es que tienen bastante restringido el
tiempo y no dan pie a muchos extras, no obstante ese año la programación está muy variada y hay para todos los gustos, así que
no se lo pierdan.
La velada del domingo día 30 en el
Teatro de la Maestranza con motivo del decimoquinto aniversario de la
Fundación Barenboim-Said tenía como protagonista a Daniel Barenboim
y la orquesta WEDO con dos obras de Beethoven de dulce: el Concierto
para Violín y la Séptima Sinfonía. En el Concierto para Violín,
Michael Barenboim, hijo del director, como solista.
El Concierto me transmitió una
sensación de gran equilibrio formal, con una orquesta excelente en
su cometido y con Daniel bastante comedido en el podio, seguramente
para no restar protagonismo a su hijo. Michael Barenboim me resultó
un solista de gran nivel, aunque en esta obra muchos estamos marcados
por un sonido más carnoso al violín, como el caso de mi admirado
David Oistrakh, no obstante he de decir que Michael fue técnicamente
irreprochable, con una ejecución de las ornamentaciones de exquisito
gusto, y tocando con gran naturalidad, huyendo de divismos pero
también arriesgando en el momento preciso, como como en las cadenzas
-propias- del primer y último movimiento, donde se extendió
notablemente y con una dosis acertada de fantasía. No obstante
encuentro que esta versión fuese aséptica de más en ciertos
momentos -sobre todo el primer movimiento-, seguramente de forma
voluntaria huyendo de una visión romantizada. La orquesta
correspondió plenamente, sin ahogar al solista, administrando su
intensidad a lo largo del primer movimiento hasta llegar al clímax.
La gran ovación del público asistente -que no pudo evitar
interrumpir tras el primer movimiento- fué recompensada con el
primer movimiento de la Partita en Mi mayor de Bach como propina,
interpretada con absoluta solvencia y claridad.
En la segunda parte del concierto, la
Séptima Sinfonía de Beethoven si propició que Daniel Barenboim se desmelenase como no hizo antes. Magnífica interpretación,
vibrante y electrizante en sus primer y cuarto movimientos, llenos de
matices y con una orquesta que respondía a todas las indicaciones
del director. En algunos momentos me recordó a la memorable
grabación de Erich Kleiber con la Orquesta del Concertgebouw de
Amsterdam. El segundo movimiento derrochó expresividad sin caer en
excesos melancólicos y el tercero tampoco desmereció al resto del
conjunto. La conclusión desembocó en un estallido de aplausos del
público que se extendió más de 10 minutos con palmas por
sevillanas incluidas, mostrando un agradecimiento que esperemos tenga
calado en los responsables de la Junta de Andalucía para que la
West-Eastern Divan Orchestra siga gozando del apoyo necesario.
He de poner un par de lunares negros,
el primero tiene relación precisamente con mi párrafo anterior,
resulta bien triste leer en prensa cosas como esta y no tanto por que evidentemente en
cuanto a gusto musical cada uno tenemos el nuestro (las opiniones son
como los culos, todos tenemos uno) sino por lo tendencioso en cuanto
a intenciones. Desde luego que debemos mimar nuestras orquestas y
defenderlas, pero mal hacemos si entramos en el me miro el ombligo
chovinista y renunciamos a proyectos de calado internacional. En
respuesta les dejo este post de mi amigo Fernando.
Y la otra cuestión que como no podía
faltar en El Maestranza, las putas toses, sí señores, lo digo taco
incluido, estoy cansado de que el público sevillano no tenga la más
mínima contención, que sólo duró durante el primer movimiento del
Concierto para Violín (donde también se hizo patente ese vicio del
aplauso impaciente que no puede esperar, y corta la atmósfera como
un cuchillo). El resto del recital las tuvimos por doquier,
especialmente en los momentos más delicados. ¿Es tán difícil
ponerse un pañuelo en la boca? Ahí queda... y no ha sido la peor
velada al respecto, algunas he vivido de pura vergüenza.
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